Unos días más tarde, Clover pidió a Benjamín leerle la sexta regla del animalismo. El burro se negó. Clover se lo pidió a Muriel. Le leyó la regla: “Un animal no puede matar a otro animal sin una razón”.
—Es extraño —pensó la yegua—. Olvidé las dos últimas palabras.
Ese año, el trabajo era aún más duro. Sin embargo, Squealer dijo que la producción creció en un 200, 300 e incluso 500 por ciento.
Los animales veían rara vez a Napoleón. Ahora él vivía aparte. También comía solo. En el cumpleaños de Napoleón hubo fuegos artificiales.
A Napoleón le llamaban “Nuestro Líder, camarada Napoleón”, “Padre de todos los animales”, etc. En la pared del granero colgaron el retrato de Napoleón.
Napoleón tenía miedo al sabotaje. Por eso, por la noche estaban los perros al lado de su cama. El cerdito Pinkeye probaba su comida antes que Napoleón.
En otoño construyeron el molino. Lo llamaron “Molino Napoleón”.
Pero también hubo malas noticias. Napoleón vendió material de madera a Frederick. Frederick pagó por ello. ¡Pero el dinero era falso!
Y después, se puso aún peor. Frederick y sus hombres llegaron a la granja. Tenían pistolas. Explotaron el molino. Los animales se lanzaron contra los enemigos. ¡Y ganaron! Pero el precio de la victoria fue enorme. Muchos animales murieron.
Celebraron la victoria durante dos días. Dieron una manzana a cada animal, a los pájaros, grano, a los perros, tres bizcochos. A Napoleón le condecoraron con la Orden del Estandarte Verde.
Pero unos días después, sucedió otra historia. Squealer reunió a todos los animales e informó de una noticia triste:
—¡El camarada Napoleón se está muriendo!
Por supuesto, no dijo que esa noche Napoleón bebió mucho whisky.
Más tarde, Squealer informó:
—¡El camarada Napoleón se está recuperando! ¡Y a los que beben alcohol les espera la muerte!
Y la quinta regla en la pared cambió un poco. Antes era así: “Los animales no beben alcohol”. Pero ahora había cinco palabras más: “Los animales no beben alcohol por encima de lo necesario”.