Campesinos — Guy de Maupassant (A2)

Parte 1

Había dos casas pobres. Allí vivían dos familias de campesinos. Cada familia tenía cuatro hijos. Los niños siempre jugaban en la calle. Era difícil distinguir a los niños.

La familia Tubache tenía tres niñas y un niño. La familia Vallén tenía una niña y tres niños.

Todos comían poco. Comían a las siete de la mañana, al mediodía y a las seis de la tarde. Los niños se sentaban en una mesa. Las madres les daban sopa de verduras. Los domingos había un poco de carne. Era un regalo para todos. Ese día los padres estaban felices.

Un día llegó un coche. Había dos personas en el coche. Un hombre y una mujer. La mujer dijo al hombre:

—¡Mira, Henry! ¡Qué lindos niños!

El hombre no contestó. Estaba triste.

La mujer dijo:

—Quiero besarlos. ¡Quiero tener un niño!

La mujer se acercó a los niños. Cogió a uno. Era el hijo de los Tubache. La mujer le besó la cara. El niño estaba enfadado.

La mujer dejó al niño y se fue. Volvió a la semana siguiente. Le dio dulces al niño. Su marido la esperaba en el coche. Su nombre era Henry de Hubiéres.

Una vez los Hubiéres entraron en la casa de los Tubache.

Los padres estaban muy sorprendidos. La señora de Hubiéres dijo:

—Señores, quiero llevarme a su niño.

Los campesinos no dijeron nada.

La señora de Hubiéres explicó:

—No tenemos hijos. Lo vamos a cuidar. ¿Quieren?

La campesina dijo:

—¿Quiere llevarse a nuestro Carlos? No es posible.

El señor de Hubiéres dijo:

—Queremos adoptar al niño. Heredará nuestro dinero. También vamos a pagarles cien francos al mes. ¿Me comprenden?

La campesina estaba molesta:

—¿Venderles a mi hijo? Soy su madre. No pueden pedirle eso a una madre.

El campesino no dijo nada.

La señora de Hubiéres lloró. Dijo a su marido:

—¡No quieren, Henry, no quieren!

El marido dijo:

—Amigos míos, tienen que pensar en el futuro de su hijo. Tienen que pensar en su felicidad…

La campesina dijo:

—Oí todo. Pensé todo. No quiero verlos en mi casa. No pueden quitarle un hijo a su madre.

La señora de Hubiéres preguntó:

—Había otro niño pequeño, ¿También es suyo?

El campesino Tubache respondió:

—Es de los vecinos. —Y se fue. 

Los Vallén estaban en la mesa. Comían pan con mantequilla. El señor de Hubieres les hizo su oferta. Al principio los campesinos rechazaron la oferta. Luego escucharon de cien francos al mes. Tenían dudas.

—¿Qué piensas, padre? —preguntó la mujer. 

El hombre era muy serio. Dijo:

—Tenemos que pensarlo bien.

La señora de Hubiéres temblaba. Les habló del futuro del niño y del dinero. El campesino preguntó:

—¿Y este pago de cien francos al mes es seguro?

El señor de Hubiéres contestó:

—Seguro.

La campesina pensó un poco y dijo:

—Cien francos al mes es muy poco. Me van a quitar el niño. No podrá trabajar en casa. Quiero ciento veinte francos al mes. 

La señora de Hubiéres estaba de acuerdo. Dio cien francos de regalo. Su marido escribió un contrato.

Y la señora de Hubiéres estaba satisfecha. Se llevó al niño que lloraba. Parecía un juguete.

La familia Tubache no dijo nada. 

Parte 2

El pequeño Juan Vallén desapareció. Sus padres tenían sus ciento veinte francos al mes. La relación con los vecinos se estropeó. La señora Tubache estaba molesta:

—¡Vendieron a su propio hijo! ¡Es un horror!

La señora Tubache abrazaba a su hijo y gritaba:

—¡Yo no te vendí! No puedo venderte. Eres mi hijo. Yo no vendo a mis hijos. No soy rica, pero no vendo a mis hijos.

Repetía lo mismo todos los días. La señora Tubache estaba muy orgullosa. No vendió a su Carlos como la señora Vallén vendió a su Juan.

Los demás campesinos decían:

—La oferta era buena. Sin embargo, se portó como una buena madre. Rechazó la oferta.

Carlitos también estaba muy orgulloso porque su madre no quiso venderlo.

Los Vallén vivían bien, gracias a la pensión. Su hijo mayor fue soldado. El segundo murió. La familia Tubache vivía en miseria. Se llenaba de odio. Carlos era su único hijo. 

Pasaron años. Una mañana llegó un lujoso coche. El coche se paró frente a las casas de los campesinos. Se bajó del coche un caballero joven y una señora de cabello blanco.

La señora dijo al joven:

—Es ahí, en la segunda casa, hijo mío.

Y el joven entró en la casa de los Vallén.

La campesina lavaba ropa. Su marido dormía. Ambos levantaron las cabezas. El joven les dijo:

—Buenos días, papá; buenos días, mamá.

Se quedaron parados. La mujer dijo:

—¿Es nuestro hijo? ¿Eres tú?

El joven la abrazó, la besó y le dijo:

—Buenos días, mamá.

El padre repetía:

—¿Has vuelto, Juan?

Los padres llevaron al chico a las casas de los vecinos. Estaban muy orgullosos de su hijo.

Carlos los vio pasar.

Por la noche les dijo a sus padres:

—Ustedes fueron muy tontos.

La madre respondió:

—No quisimos vender a un hijo nuestro.

El padre callaba. Carlos dijo:

—¿Por qué no soy Juan? Se ve muy bien.

El padre se molestó. Dijo a Carlos: 

—¿Teníamos que venderte?

Y el joven respondió de una manera grosera:

—Sí. Fueron muy tontos. Padres como ustedes son muy malos. Merecen ser abandonados.

La madre lloraba:

—¡Te crie!

Carlos exclamó:

—¿Para qué nací? Hoy vi a Juan y pensé: “¡Por qué no soy Juan!”

Se levantó y dijo:

—Quiero irme de aquí. ¡Nunca, nunca los perdonaré!

Los dos viejos lloraban.

Carlos dijo:

—Prefiero irme a otra parte. Voy a vivir lejos de aquí.

Abrió la puerta y oyó las voces. Los Vallén tenían una fiesta. Carlos estaba lleno de odio. Apretó los puños, miró a sus padres y les dijo:

—¡Miserables campesinos!

Y desapareció.