Cuando leo mis notas sobre Sherlock Holmes, encuentro muchos casos asombrosos e interesantes, y ni siquiera sé sobre cuáles de ellos debería escribir un relato. Algunos casos son ya famosos desde hace tiempo, y otros no muestran la genialidad de mi amigo Sherlock. Pero hay un caso tan interesante que es precisamente el que quiero contarles.
Era finales de septiembre, las tormentas de otoño eran especialmente feroces. El viento soplaba todo el día, la lluvia golpeaba las ventanas. Este tiempo era peculiar, incluso para Londres. Por la noche, la tormenta se agravó.
Sherlock Holmes estaba triste. Estaba sentado en su sillón al lado de la chimenea y miraba su archivo de crímenes. Yo leía los relatos náuticos de Clark Russell.
Mi mujer había ido a visitar a su madre, y yo me mudé por unos días al apartamento en Baker Street.
—Escuche —dije y miré a Sherlock—, alguien está llamando a la puerta. ¿Quién podría ser? ¿Amigos suyos?
—No tengo amigos, salvo usted —respondió Holmes—. Tampoco tengo visitas.
—¿Quizá un cliente?
—Si es un cliente, debe ser un caso muy grave. Cuando hace este tiempo la gente no anda por las calles sin ningún motivo.
Oí los pasos y golpes en nuestra puerta. Holmes levantó la mano y gritó:
—¡Adelante!
Un hombre joven, de unos veinte años, entró en la habitación. Estaba bien vestido, el agua caía de su paraguas, su impermeable también estaba mojado por la lluvia. La cara del hombre estaba pálida, había angustia en sus ojos.
—Perdóneme —dijo—. ¿No interrumpo? Ensucié su alfombra con barro.
—Páseme su impermeable y su paraguas, los voy a colgar para que se sequen rápido. Veo que viene del sureste.
—Sí, soy de Horsham.
—Lo sé. Sus zapatos tienen arcilla y barro de ese lugar.
—Necesito su consejo.
—¡Por favor!
—Y su ayuda. He oído mucho de usted, señor Holmes. Ha resuelto muchos casos.
—Sí, a veces tengo suerte. Siéntese y cuénteme por qué ha venido a verme.
—Mi caso es inusual.
—No investigo casos ordinarios.
—Estoy seguro de que se sorprenderá.
—Primero, cuénteme todos los detalles sobre su caso —dijo Holmes, y señaló el sillón.
El hombre se sentó en el sillón.
—Me llamo John Openshaw —dijo—. El caso trata de mi familia. Le contaré toda la historia y entenderá por qué estoy aquí.
Mi abuelo tuvo dos hijos: mi tío, Elías, y mi padre, Joseph. Mi padre tenía una pequeña fábrica. Allí se fabricaban bicicletas y neumáticos. La empresa tuvo mucho éxito, le trajo mucho dinero a mi padre.
Mi tío Elías se fue a vivir a América cuando era joven. Era un agricultor rico. Participó en la guerra y obtuvo el rango de coronel. Pronto regresó a Gran Bretaña, porque no estaba de acuerdo con el gobierno, que había abolido la esclavitud.
Mi tío era una persona extraña. Era cruel e iracundo, no le gustaba la gente, rara vez salía a la calle. Tenía una casa grande con jardín en Horsham. Mi tío bebía y fumaba mucho. No se hablaba con su hermano. Pero me quería. Mi tío le pidió a mi padre que me dejara vivir con él en Horsham. Empecé a vivir en su casa. Jugábamos juntos a las damas y a los dados. Me permitía hacer todo lo que quería. Yo era el señor de la casa, pero mi tío me prohibió entrar al desván. La puerta siempre estaba cerrada. Mi tío decía que allí se guardaban baúles y papeles antiguos.
Un día, mi tío recibió una carta. Eso era raro porque mi tío no tenía amigos, nunca tenía visitas y nunca recibía cartas. La carta tenía sello extranjero, venía de la India. Mi tío abrió el sobre. Dentro había cinco semillas secas de naranja. Me reí, pero la cara de mi tío estaba gris, sus manos temblaban.
—К. К. К. —gritó mi tío.
—¿Qué es eso, tío? —pregunté.
—Mi muerte ha llegado —dijo, y se fue a su cuarto.
Cogí el sobre y vi las tres letras rojas “K” escritas en él. El sobre estaba vacío, nada más que cinco semillas secas de naranja. ¿Por qué se había asustado tanto mi tío?
Я побежал в свою комнату и встретил дядю на лестнице. Он держал в руках старый ржавый ключ и маленькую шкатулку.
Corrí a mi habitación. Encontré a mi tío en la escalera. Llevaba en las manos una antigua llave oxidada y una pequeña caja.
—¡No voy a rendirme ante ellos! —dijo—. Ve a buscar al abogado Fordham.
Cuando llegó el abogado, mi tío me llamó a su habitación. Había papel quemándose en la chimenea y una caja vacía al lado.
—John, estoy escribiendo mi testamento. Serás mi testigo —dijo mi tío—. Dejo esta casa a mi hermano, luego será tuya. Si no quieres vivir en esta casa, dásela a tu enemigo. Firma este papel.
Firmé y el abogado se llevó los papeles.
Me asusté. A pesar de que no pasaba nada, no entendía por qué mi tío era tan extraño. Empezó a beber y a fumar aún más. A veces salía corriendo al jardín con una pistola en la mano y gritaba que no le tenía miedo a nadie. Luego volvía a su habitación y se sentaba allí solo durante mucho tiempo.
Una noche mi tío salió corriendo otra vez al jardín, pero no regresó. Lo buscamos durante mucho tiempo. Estaba muerto en el pequeño estanque. No había heridas en su cuerpo. El juzgado determinó que mi tío se había suicidado. Sé que mi tío le tenía miedo a la muerte, no pudo hacerse eso a sí mismo.
Mi padre se convirtió en el dueño de la casa.
—Su caso es realmente interesante —dijo Holmes—. Dígame, ¿cuándo recibió su tío la carta y cuándo murió?
—La carta llegó el 10 de marzo de 1883. Murió siete semanas después.
—Gracias. Por favor, siga.
—Cuando mi padre se convirtió en el dueño de la casa, fue al desván para echar un vistazo. Allí encontramos la caja. Estaba vacía. Tenía una etiqueta con la inscripción “Cartas y notas” y tres letras rojas “K”. No había nada más de importancia en el desván. Solo había muchos papeles relacionados con política. Mi tío tuvo un papel importante durante la guerra.
Mi padre se mudó a la casa de mi tío. Todo iba bien. Un día, cuando desayunábamos juntos, de repente mi padre gritó. Tenía un sobre en una mano y cinco semillas secas de naranja en la otra. Nunca había creído a mi tío, pero ahora estaba asustado.
—¿Qué significa, John? —preguntó mi padre.
—¡Es K. K. K.!
—Sí, aquí están las letras. Hay algo más escrito aquí.
—“Pon los papeles sobre un reloj de sol”, —leí.
—¿Qué papeles? ¿Qué reloj? ¿Qué tontería es esa? —preguntó—. ¿De dónde es esta carta?
—De Dundee —respondí.
—Debe de ser una especie de broma pesada.
—Tenemos que ir a la policía,
—¡De ninguna manera! ¡Es una tontería! No puedo dañar mi reputación por estas bromas.
Mi padre era muy terco. No pude convencerlo para llamar a la policía, pero me asusté.
Unos días después, mi padre fue a ver a su viejo amigo, el Mayor Freebody. Me alegré de que mi padre se fuera, porque en casa corría peligro. Pero estaba equivocado. Pronto recibí un telegrama. El señor Freebody me pidió que fuera. Mi padre había caído en un pozo profundo y se había roto la cabeza. Fui a toda prisa, pero no llegué a tiempo. Mi padre murió. El juzgado determinó que lo que había pasado fue un accidente y cerró el caso. Pero yo estaba seguro de que alguien lo había matado.
Me convertí en el dueño de la casa de mi tío. Sabía que corría peligro, pero tenía que descubrir la verdad sobre las muertes de mi padre y mi tío. Ayer por la mañana recibí una carta.
El hombre sacó un sobre del bolsillo y dejó caer cinco semillas de naranja sobre la mesa.
—Aquí está el sobre. La carta llegó de Londres. El sobre tiene tres letras “K” y las palabras “Ponga los papeles sobre el reloj de sol”.
—¿Qué hizo? —preguntó Holmes.
—Nada.
—¿Nada?
—No sabía qué hacer. Fui a la policía. Pero los policías se rieron de mí —respondió Openshaw.
Holmes se enfureció.
—¡Qué estupidez! —gritó.
—Un policía hace guardia en mi casa.
—Usted recibió la carta hace dos días. ¡No tenemos tiempo, hay que darse prisa! ¿Tiene más detalles sobre el caso? —preguntó Sherlock Holmes.
—Hay una cosa —dijo Openshaw, y sacó un pedazo de papel azul de su abrigo—. Encontré esta hoja en la habitación de mi tío. Debe ser de su diario. Esta letra es de mi tío.
Los tres miramos la hoja de papel. En la parte de arriba estaba escrito “Marzo, 1869”, y en la parte de abajo varios nombres.
—¡Debemos actuar! —dijo Holmes.
—¿Qué tengo que hacer?
—Tiene que hacer lo que le piden en su carta. Tiene que meter esta hoja azul en la caja y escribir en una nota que su tío quemó todos los papeles. Quedó solo una hoja. Ponga la caja sobre el reloj de sol. ¿Me entiende?
—Entiendo. Se lo agradezco, gracias por su ayuda. Haré lo que me ha dicho —dijo el joven. Se puso el impermeable y salió de la habitación.
El viento seguía soplando, aún estaba lloviendo. Holmes se sentó en su sillón y miró el fuego en la chimenea. Luego empezó a fumar su pipa.
—Watson —dijo—, ¡este es un caso muy peligroso y fantástico!
—¿Tiene alguna idea de quién es el asesino? —pregunté.
—No estoy seguro. Necesito más información.
—¿Quién es este K. K. K.? ¿Por qué está matando a la familia Openshaw?
—¿Dígame, Watson, de dónde llegaron las cartas?
—De Pondicherry, Dundee y Londres.
—Los tres son puertos. El asesino escribió las cartas estando en el barco.
—¿Cómo lo sabe? —me sorprendí.
—El tío del señor Openshaw recibió la primera carta y murió siete semanas después. El padre del señor Openshaw recibió la segunda carta y murió unos días después. La tercera carta llegó de Londres ¿Qué opina, Watson?
—¡Debemos darnos prisa!
— K.K.K. es una sociedad peligrosa. Está formada por antiguos soldados americanos. Matan a la gente que no está de acuerdo con sus ideas políticas. Primero envían a sus víctimas hojas de roble, semillas de melón o de naranja. Es una advertencia. Luego las matan.
—Así que quieren matar a John Openshaw porque tiene la hoja azul. Esta hoja puede delatar al asesino. ¿Cierto?
—Así es.
Sherlock Holmes cogió su violín y empezó a tocar.
Al día siguiente salió el sol, había dejado de llover. Sherlock Holmes estaba desayunando, yo estaba leyendo el periódico.
—Amigo mío, ya es tarde —dije.
—¿Cómo sucedió?
Leí la noticia en voz alta:
“Ayer, a las 10 de la noche, un policía encontró a un joven en el agua bajo un puente. El hombre estaba muerto. En el bolsillo tenía un sobre con su nombre. Se llamaba John Openshaw.”
—¡Oh, no! ¡Tenía que haber llegado antes!
—Qué pena, John está muerto.
—¡Capturaré al asesino!
Sherlock cogió el abrigo y salió corriendo de la habitación. Regresó al apartamento tarde por la noche. Parecía cansado, su cara estaba pálida. Se acercó a la mesa y cogió un trozo de pan.
—¿Tiene hambre? —comenté.
—¡Me muero de hambre!
—¿Cómo le fue? —pregunté.
—¡Bien!
—¿Ha descubierto quién mató al señor Openshaw?
—¡Por supuesto!
Sherlock cogió una naranja de la mesa y le sacó cinco semillas. Las metió en un sobre y escribió en él: “S.H. por J.O.”
—Esta carta es para el capitán James Calhoun, al velero “Estrella Solitaria”.
—¿Quién es el capitán James Calhoun? —me sorprendí.
—Es el jefe del Ku Klux Klan. Lo encontré.
—¿Cómo lo encontró?
—Precisamente el velero “Estrella solitaria” había navegado de la India y Dundee a Londres, cuando murieron el tío y el padre del señor Openshaw. Ahora el velero se encuentra en Londres. John Openshaw está muerto —explicó Holmes.
—¡Así es!
—Le voy a enviar una carta con semillas al capitán Calhoun. Se asustará. Sabe que esta carta significa la muerte inminente. Le diré a la policía dónde encontrarlo.
Ese año hubo muchas tormentas fuertes en el Atlántico. Un par de meses después, leí en el periódico la noticia de que el velero “Estrella Solitaria” había naufragado. Eso es todo lo que supimos sobre esa desgracia.