6. Tobías Gregson en acción

Al día siguiente todos los periódicos publicaron los artículos sobre “El Misterio de Brixton”.

El Standard se quejaba de la falta de autoridad del gobierno liberal. 

Según el Daily News, el crimen era político. El periódico culpaba a los gobiernos europeos autoritarios. 

Sherlock Holmes y yo repasamos estas noticias durante el desayuno. De pronto escuché un gran ruido de pasos en las escaleras.

—¿Qué demonios sucede? —exclamé yo.

—Viene el ejército de policías de Baker Street —contestó mi compañero.

En ese momento seis ruidosos niños de la calle entraron en la habitación.

—¿Habéis tenido suerte? —preguntó Holmes.

—No, patrón. Todavía no — dijo uno de los niños.

—En verdad, no esperaba otra cosa. Sin embargo, seguid buscando. Aquí tenéis vuestro pago. No se os ocurra volver la próxima vez sin alguna noticia.

Los niños se marcharon.

—Uno de estos piojosos vale más que doce policías —dijo Holmes—. La gente se pone precavida cuando ve a un uniformado. Por el contrario, mis chicos tienen acceso a cualquier sitio. Pueden verlo y oírlo todo.

—¿Les ha puesto a trabajar en el asunto de la calle Brixton? —pregunté.

—Sí. ¡Ahora prepárese a recibir noticias! Veo a Gregson por la ventana. Se dirige a nuestra puerta.

Unos minutos después Gregson estuvo en nuestra sala.

—¡Querido colega, felicíteme! —gritó sacudiendo la mano de Holmes—. He resuelto el caso.

—¿Quiere decirme que está sobre la verdadera pista?

—¡Pista! ¡Tenemos el pájaro enjaulado!

—¿Cómo se llama?

—Arthur Charpentier, Teniente de la Armada Británica —exclamó Gregson inflando el pecho.

—Tome asiento —dijo Holmes—. ¿Le apetecería un poco de whisky con agua? 

—No le voy a decir que no —contestó el detective. 

—Ahora, cuéntenos todo. 

El detective aspiró el humo de su cigarro y dijo:

—Lestrade, que se cree tan listo, ha seguido desde el principio una pista equivocada. Stangerson, el secretario, no tiene la culpa.

—¿Y de qué manera dio usted con la clave?

—Se lo diré. Primero tenía que averiguar los antecedentes americanos del muerto. ¿Recuerda el sombrero que encontramos junto al cuerpo?

—Sí —dijo Holmes—. Llevaba una marca “John Underwood e Hijos”, 129, calle Camberwell. 

—¿Ha estado en la sombrerería? —preguntó Gregson.

—No.

—Bien, llegué a ese Underwood y le pregunté si había vendido un sombrero semejante. Underwood de inmediato dio la respuesta. El sombrero había sido enviado a nombre del señor Drebber, residente en la pensión Charpentier. Así supe la dirección del muerto.

—¡Muy hábil! —susurró Sherlock Holmes.

—A continuación fui a la pensión y pregunté por madame Charpentier —prosiguió el detective—. Estaba pálida y parecía preocupada. Su hija también estaba en la habitación. La muchacha tenía los ojos enrojecidos, sus labios temblaban. Eso me pareció sospechoso. 

 “—¿Ha oído de la muerte del señor Enoch Drebber? —pregunté.

La madre asintió. La muchacha rompió a llorar. 

—¿A qué hora partió el señor Drebber hacia la estación? — añadí.

—A las ocho —contestó la madre, asustada.

—¿Y no volvió a verlo?

—No —contestó la madre en un tono poco natural.

—Tenemos que ser sinceras con este caballero, madre —dijo la hija—. Vimos de nuevo al señor Drebber.

—¡Dios mío! —gritó la madre—. ¡Acabas de asesinar a tu hermano!

—Le recomiendo decir la verdad —dije yo.

—¡Tú lo has querido, Alice! —exclamó la madre y añadió—: No le ocultaré nada, señor. Mi hijo es absolutamente inocente. 

—Solo puede ayudarle diciendo la verdad —contesté—. Si su hijo es inocente, esto estará a su favor.

—Déjanos solos, Alice —apuntó la mujer—. La hija abandonó el cuarto. 

—Bien, señor —prosiguió—. El señor Drebber ha permanecido con nosotros cerca de tres semanas. Él y su secretario, el señor Stangerson, volvían de un viaje por el continente. Stangerson era un hombre pacífico. Su patrón, por lo contrario, era un hombre agresivo. Bebía mucho. Perseguía a mi hija. En cierta ocasión la tomó en sus brazos. Su secretario tuvo que salvarla.

—¿Por qué lo tolero tanto tiempo? —pregunté.

—Me pagaba dos libras por día. Estamos en la temporada baja. Soy viuda. No pude desaprovechar ese dinero. Pero por fin decidí sacarlo de la casa. Ese fue el motivo de su salida.

—Prosiga.

—No le dije nada a mi hijo. Tiene temperamento violento. Adora a su hermana. De pronto el señor Drebber volvió. Estaba borracho. Delante de mí le ofreció a Alice fugarse con él. “Eres mayor de edad”, dijo, “Tengo mucho dinero. Olvida a la vieja y vente conmigo. Vivirás como una princesa.” La pobre Alice estaba asustada. Dio un grito que hizo venir a mi hijo Arthur. Salieron a la calle. No sé qué ocurrió después. Oí los ruidos de una pelea. A continuación, llegaba la noticia de la muerte del señor Drebber.”

—Muy interesante —dijo Holmes en tono aburrido—. ¿Y luego?

—Mi mirada siempre era muy efectiva con las mujeres. Miré de esta forma a la mujer. Le pregunté a qué hora había vuelto su hijo.

—No lo sé. Entra y sale cuando quiere.

—¿Había vuelto cuando usted fue a la cama?

—No.

 —¿Cuándo se acostó?

—Hacia las once.

—Entonces, ¿su hijo ya llevaba fuera más de cuatro horas?

—Sí.

—¿Qué estuvo haciendo durante ese tiempo?

—No lo sé —contestó temblando.

Por supuesto, estaba todo dicho. 

Encontré al Teniente Charpentier, llevaba un bastón en la mano. Lo arresté. Me preguntó:

“—¿Me están acusando del asesinato de Drebber?”

Pero no le había dicho nada del asesinato. Semejante comentario da mucho que pensar.

—Mucho —dijo Holmes—. En resumen, ¿cuál es su teoría?

—Charpentier siguió a Drebber hasta la calle Brixton. Allí se produjo una disputa entre los dos hombres. Drebber recibió un golpe de bastón en el estómago. Estos golpes no dejan huellas. Pero pueden producirle la muerte a una persona. Charpentier arrastró el cuerpo de su víctima hacia el interior de la casa vacía. La vela, la sangre, la inscripción sobre la pared, son pistas falsas. Quiso confundir a la policía.

—¡Magnífico! Le espera un futuro brillante —dijo Holmes.

—He realizado un buen trabajo —contestó el detective vanidoso. El joven Charpentier insistió que estaba con un amigo. Pero no sabía su dirección. ¡Pobre Lestrade con su pista falsa! ¡Pero, caramba, aquí lo tenemos!

Lestrade entró en la habitación. Se veía muy preocupado. Manoseaba nerviosamente su sombrero y sin saber qué hacer.

—Se trata —dijo por fin— del más extraordinario caso en mi vida. El señor Joseph Stangerson ha sido asesinado hacia las seis de esta mañana, en el Private Hotel.