5. Nuestro anuncio atrae un visitante

Holmes fue al concierto, yo me quedé en casa. Estaba cansado, pero no podía dormir.

Holmes volvió tarde, mucho más de lo esperado.

—¿Ha leído usted el periódico de esta tarde? —dijo mientras tomaba asiento.

—No.

—Eche un vistazo a ese anuncio —dijo—. He enviado por la mañana uno idéntico a cada periódico.

“Esta mañana”, decía, “ha sido encontrado un anillo de compromiso, en oro puro, en una de las casas de la calle Brixton. Dirigirse al Doctor Watson, 221 B, Baker Street, de ocho a nueve de la noche”.

—Disculpe por utilizar su nombre —dijo.

—Eso no importa —contesté—. Importa más que no tengo el anillo.

—¡Claro que lo tiene! —exclamó—. Es una copia.

—¿Y quién responderá al anuncio?

—El tipo de abrigo marrón, nuestro amigo de rostro rojizo y botas con puntera cuadrada. Si no se presenta él personalmente, enviará a un cómplice.

—¿No sería arriesgado para ellos?

—En absoluto. El hombre sacrificaría cualquier cosa por no perder el anillo. Se le cayó al suelo cuando se inclinó sobre el cadáver. Intentó volver a casa por el anillo, pero la policía ya estaba allí. Los periódicos publican anuncios sobre objetos perdidos. Mi anuncio no ha podido escapar de su atención. Vendrá aquí dentro de un hora.

—¿Y después? —dije.

—¿Tiene algún arma?

—Mi viejo revólver.

—Bien. Nuestro visitante es un hombre desesperado y peligroso.

Cuando volví de mi habitación con mi revolver, Holmes estaba tocando el violín.

—Se complica la historia —dijo al verme entrar—. Acabo de recibir un telegrama desde América. Yo tenía razón.

—Explíquese —le pedí, impaciente.

—Métase el revólver en el bolsillo —dijo evasivamente Holmes—. No podemos asustar a este tipo. Aparecerá en unos minutos.

Llamaron a la puerta. Oímos pasos inseguros, de una persona debilitada. Holmes se veía sorprendido. El tipo tocó suavemente a la puerta de nuestro apartamento.

—¡Adelante! —exclamé.

En lugar de un hombre entró una anciana. Sus manos temblaban, estaba mal de los ojos. Sacó un periódico de su bolsillo y señaló nuestro anuncio.

—Caballeros, vine por un anillo de compromiso perdido en la calle Brixton —dijo la anciana—. Pertenece a mi hija. Su marido trabaja en un barco. No le va a gustar ver a su mujer sin anillo.

—¿Es este el anillo? —pregunté.

—¡Dios mío! ¡Sí! —exclamó la mujer.

—¿Cuál es su dirección? —pregunté.

—Calle Duncan 13. Muy lejos de aquí.

—De la calle Brixton también —dijo Holmes.

—Es mi dirección. Mi hija vive en otra parte, en el 3 de Mayfield Place.

—¿Su apellido es…?

—Mi apellido es Sawyer, y el de ella es Dennis. Dennis por Tom Dennis, su marido.

—Aquí tiene usted el anillo, señora Sawyer —interrumpí—. No dudo que pertenece a su hija.

La anciana metió el anillo en su bolsillo y se fue.

En el siguiente instante Sherlock Holmes cogió su abrigo:

—¡Voy a seguirla! Es una cómplice que nos llevará hasta nuestro hombre.

A través de la ventana pude observar a la anciana caminando. Mi amigo la perseguía a cierta distancia. 

Holmes se había ido a las nueve. Eran casi las doce cuando volvió. Estaba de buen humor.

—¿Cómo le fue? —pregunté.

—Me han engañado. La vieja caminó y de pronto comenzó a cojear. Al fin cogió un coche de caballos. Pidió que la llevaran a la calle Duncan. Me enganché a la parte trasera del coche. Desmonté un poco antes de llegar a la casa de la anciana. Vi detenerse el coche. El cochero fue a abrir la puerta. Pero no había ningún pasajero en el coche. La anciana había desaparecido. Tampoco sabían nada de ella en esa casa. 

—¿Esa anciana ha sido capaz de saltar del coche en marcha?

—No ha sido ninguna anciana. Es un hombre joven. Y es un excelente actor. Observó que estaba siendo perseguido y escapó. No actúa solo. Cuenta con amigos.

Fui a dormir. Holmes se quedó sentado frente a la chimenea. Desde mi habitación pude oír los melancólicos sonidos de su violín. Holmes estaba pensando en el caso.