4. En el banco

A las nueve y cuarto salí de mi casa y fui a Baker Street. Había dos coches en la puerta. Oí ruido en el vestíbulo. Holmes estaba hablando con dos hombres. Uno de ellos era el policía Peter Jones. El otro era un hombre alto, delgado y amargado. Estaba bien vestido.

—Nuestro equipo está completo —dijo Holmes y cogió del perchero su látigo de caza—. Usted, Watson, conoce ya al señor Jones. Le presento al señor Merryweather, nuestro compañero de aventura de esta noche.

—Otra vez vamos a cazar juntos, señor Holmes —dijo Jones—. Su talento no tiene precio. Y yo soy cómo su perro de caza. Soy viejo, pero fuerte.

—Tenemos que cazar algo útil hoy, no solo fantasmas —comentó el señor Merryweather.

—Tiene que confiar en el señor Holmes —dijo Jones—. Él tiene métodos propios, es un buen detective. En una o dos ocasiones ayudó mucho a la policía.

—Le creo, señor Jones —respondió Merryweather—. Pero echo de menos mi partida de cartas. Por vez primera en veintisiete años, no juego a las cartas un sábado por la noche.

—Esta noche el juego será más interesante. Usted, señor Merryweather, se juega unas treinta mil libras. Y usted, Jones, se juega la oportunidad de atrapar a un gran criminal.

—A John Clay, asesino, ladrón, estafador y falsificador. Es un hombre joven, pero muy talentoso en todo lo que hace. Tengo muchas ganas de conocerlo. Este John Clay es un hombre extraordinario. Ha estudiado en Eton y Oxford, es de sangre real. Es nieto de un duque. Es muy rápido. Un día está en Londres. El otro día está en Escocia. Siempre se nos escapa. 

—Esta noche lo atraparemos. Son ya más de las diez. Es la hora para salir. Ustedes suben en el primer coche. Watson y yo los seguiremos en el segundo.

—Ya estamos llegando —comentó mi amigo—. Este Merryweather es director de un

banco importante. El asunto le interesa de una manera personal. Jones no es mala persona. En su profesión es un perfecto imbécil, pero es muy valiente. Ya hemos llegado. Nos están esperando.

Estábamos en la misma calle que habíamos visitado por la mañana. El señor Merryweather nos llevó al sótano de un edificio. Había muchas cajas por todas las partes del sótano.

—El lugar se ve muy seguro desde arriba —dijo Holmes.

—Desde abajo también—dijo el señor Merryweather y golpeó el suelo con su bastón. 

—¡Esto suena a hueco! —exclamó, sorprendido.

—No haga tanto ruido, por favor, es peligroso. —le dijo Holmes con tono severo.

El señor Merryweather se ofendió, pero se calló y se sentó sobre una de las cajas.

Holmes se puso a examinar el suelo con su lupa.

—Tenemos una hora —dijo—, no pueden hacer nada mientras el señor Wilson está despierto. Luego comenzarán a trabajar rápido. Estamos en el sótano del banco más importante de Londres. El señor Merryweather es el director del banco. ¿Qué hay en este sótano, señor Merryweather?

—Es nuestro oro francés—dijo el director.

—¿Oro francés?

—Sí. Hay mucho dinero en estas cajas. El banco francés nos hizo un préstamo. Pero no lo utilizamos. De alguna manera los ladrones se dieron cuenta. 

—Estamos listos para encontrarnos con ellos —dijo Holmes—. Tenemos que apagar las linternas.

—¿Y vamos a permanecer en la oscuridad?

—Sí. Sería muy arriesgado dejar la luz encendida. Vamos a escondernos detrás de las cajas. Prepare su revólver, Watson. Vamos a atrapar a los ladrones.

Coloqué mi revólver sobre una caja. Holmes apagó su linterna. Llegó la oscuridad total. Yo estaba muy nervioso.

—Les queda un camino para escapar, por la casa del señor Wilson —dijo Holmes en voz baja—. ¿Habrá hecho ya lo que le pedí, Jones?

—Unos policías esperan en la puerta delantera. 

—Entonces, no les quedan salidas. Silencio, pues, y a esperar.

¡Qué larga me pareció la espera! No pude cambiar de postura. Estaba muy nervioso y cansado. De pronto, mis ojos captaron un destello de luz.

En el suelo se abrió una grieta. De allí apareció una mano blanca, casi de mujer. La mano se retiró, y volvió la oscuridad, excepto por una débil línea de luz en la grieta.

Un instante después una de las losas del suelo giró sobre uno de sus lados. Se abrió un hueco cuadrado. Desde el hueco subió un joven sin barba. Ayudó a subir a un compañero de pelo rojo.

—No hay nadie —susurró—. ¿Tienes todos los instrumentos?… ¡Maldición! ¡Salta, Archie, salta! ¡Ya no puedo escapar!

Sherlock Holmes saltó de su escondite. Agarró al joven con una mano. Con un golpe de látigo en la otra mano le quitó el revólver.

—Es inútil, John Clay —le dijo Holmes suavemente—. Está atrapado.

—Ya lo veo —contestó el otro de una manera fría—. ¿Mi compañero está a salvo?

—Le esperan tres hombres en la puerta —le dijo Holmes. 

—Les felicito —le dijo Clay. 

—Y yo a usted —le contestó Holmes—. Su idea de la Liga de los pelirrojos era genial.

—Pronto vas a ver a tu amigo. Él es muy rápido. —dijo Jones a Clay—. Pero primero voy a esposarte.

—No me toque con sus manos sucias —dijo Clay—. Por mis venas corre sangre real. Tiene que llamarme “señor” y decirme “por favor”.

—Bien —dijo Jones, sonriendo—. ¿Podemos llevar a su alteza hasta la Comisaría, señor?

—Así está mejor —contestó John Clay y salió con el detective.

—Señor Holmes —dijo el señor Merryweather—, no sé cómo podrá el banco agradecérselo. 

—Tenía mis cuentas pendientes con el señor John Clay —contestó Holmes—. Me considero pagado de sobra con un caso tan extraordinario.

El día siguiente Holmes me invitó a desayunar y me explicó:

—Como ve, Watson, Clay inventó la Liga de los pelirrojos para poder alejar al señor Wilson de su casa. Necesitaba acceso a su casa. Clay alquiló la oficina y publicó el anuncio. Su cómplice pelirrojo se lo enseñó al señor Wilson. Sospeché del empleado del señor Wilson porque el tipo trabajaba a mitad de sueldo.

—¿Y cómo pudo adivinar cuál era su motivo?

—El negocio era pequeño. No había nada para robar. No había mujeres atractivas en casa. Entonces, le interesaba algo que estaba fuera de la casa… ¿Qué podía ser? Pregunté detalles acerca del empleado. Se parecía a uno de los criminales más inteligentes de Londres. Y este tipo pasaba mucho tiempo en el sótano… ¡El sótano! Estaba abriendo un túnel hacía algún edificio. Golpeé el pavimento con el bastón. Quise saber hacia dónde iba el túnel. Iba hacia el banco detrás de la casa del señor Wilson. Llamé a la puerta de la casa. Abrió el empleado. Sus rodillas estaban sucias y gastadas. Había pasado excavando muchas horas. Al saber eso, visité Scotland Yard y al director del banco.

—¿Y cómo pudo saber el día cuando iban a robar el banco? —le pregunté.

—Cerraron la oficina de la Liga de los pelirrojos. Entonces, ya habían terminado su túnel. 

Tenían que aprovechar lo más pronto posible. El sábado era el día más adecuado.

—Su deducción es increíble y no carece de nada —exclamé con admiración sincera. 

—Eso era divertido —contestó Holmes—. Por desgracia, ya empiezo a sentir el aburrimiento otra vez. Intento escapar del aburrimiento durante toda mi vida.

—En beneficio de la raza humana —añadí yo.

—Pues bien. No soy totalmente inútil. —Holmes se encogió los hombros.