—Bien, Watson —me dijo Holmes—. ¿Qué saca usted de todo esto?
—Yo no saco nada —le contesté con franqueza—. Es un asunto muy misterioso.
—Por regla general —me dijo Holmes—, cuanto más raro es el caso, menos
misterioso suele resultar. Tengo que ponerme en acción.
—¿Y qué va a hacer usted? —le pregunté.
—Ahora voy a fumar —me respondió—. Le pido a usted guardar silencio durante cincuenta minutos.
Sherlock Holmes se acomodó en su sillón. Parecía estar durmiendo. De pronto mi amigo saltó de su asiento y dijo:
—Esta tarde toca Sarasate en St. James Hall. ¿Puede acompañarme, Watson?
—Hoy no tengo nada que hacer. No tengo pacientes.
—Póngase el sombrero y acompáñeme. Pasaremos primero por la City. Por el camino podemos almorzar. Vámonos.
Fuimos a la plaza de Coburg. Resultó ser una plaza pequeña, solitaria, pobre. Había casas de ladrillo de dos pisos. Había un pequeño jardín descuidado. Encontramos el letrero “Jabez Wilson”. Era la casa del señor Wilson.
Sherlock Holmes se detuvo ante la casa del señor Wilson. La examinó atentamente. Después caminó despacio calle arriba, calle abajo, examinando los edificios. Regresó hasta casa del señor Wilson. Dio unos golpes en el suelo con el bastón. Luego se acercó a la puerta y llamó. Abrió un joven bien afeitado. Tenía cara de listo. Nos invitó a entrar.
—Gracias. Solo quería preguntar por dónde se va a la calle Strand —dijo Holmes.
—Tres a la derecha, y luego cuatro a la izquierda —contestó el empleado y cerró la puerta.
—Es un tipo listo —comentó Holmes cuando nos alejábamos—. Muy listo y muy audaz. Es el cuarto hombre más inteligente de Londres. Sé algo sobre él.
—Es evidente —dije yo— que el empleado del señor Wilson tiene algo que ver con la Liga de los pelirrojos. ¿Le preguntó el camino solo para poder verlo a él?
—No a él —me dijo Holmes.
—¿A qué, entonces? —le pregunté.
—A sus rodillas —me contestó.
—¿Y qué es lo que vio? —le pregunté.
—Lo que esperaba ver —me contestó.
—¿Y para qué golpeó el pavimento? —le pregunté.
—Mi querido doctor, tiene que observar, no hablar. Somos espías en campo enemigo. Ya sabemos algo de la plaza de Coburg. Exploremos ahora las calles que hay detrás.
Detrás de la plaza encontramos una de las calles principales de la City. La calle estaba llena de tiendas elegantes y de magníficos locales de negocio. ¡Qué gran sorpresa después de la pobre y solitaria plaza!
—A ver —dijo Holmes, observando cada edificio—. Quiero recordar el orden de las casas. Hay una tienda de tabaco, un restaurante vegano, una tienda de periódicos, un banco… ¡Hemos hecho nuestro trabajo, doctor! Ahora a descansar. Quiero un bocadillo, una taza de café, y luego a escuchar el violín. En el programa del concierto hay mucha música alemana. Me gustan los compositores alemanes.
A mi amigo le encantaba la música. Era un buen compositor.
—¿Quiere ir a su casa, Watson? —me dijo después del concierto.
—Sí, ya es la hora.
—Tengo que hacer algo importante. Este asunto de la plaza de Coburg es grave.
—¿Por qué es grave?
—Se está preparando un gran crimen. Podemos impedirlo. Pero hoy es sábado. Eso complica bastante las cosas. Necesitaré su ayuda esta noche.
—¿A qué hora?
—¿Puede venir a las diez?
—Estaré a las diez en Baker Street.
—Muy bien. ¡Oiga, doctor! Lleve su revólver, por favor.
Se despidió y desapareció. No creo ser tonto, pero al lado de Sherlock Holmes siempre me siento estúpido. Oigo lo mismo que oye él, miro lo mismo que mira él, y, sin embargo, no entiendo las cosas como las entiende él. En este asunto tampoco.
Mientras iba en coche hasta mi casa, pensé sobre todo lo ocurrido. ¿Por qué tenía que llevar mi revólver? ¿A dónde iríamos? Holmes me dio a entender que el empleado del señor Wilson era un hombre peligroso. Intenté resolver el misterio, pero me di por vencido.