A LA LIGA DE LOS PELIRROJOS. Con cargo al legado del difunto Ezequías Hopkins, de Lebanon, Pennsylvania, EE. UU., hay una vacante para un miembro de la liga. El salario es de cuatro libras a la semana por servicios puramente nominales. Buscamos hombres pelirrojos, sanos de cuerpo y de mente, y mayores de veintiún años. Presentarse en persona el lunes a las once a Duncan Ross, en la oficina de la liga, 7 Pope’s Court, Fleet Street.
 

—¿Qué significa esto? —exclamé después de terminar de leer.

Holmes se rio y se removió en su asiento. Solía hacerlo cuando estaba de buen humor.

—Un poco raro, ¿no? —dijo—. Y ahora, señor Wilson, cuéntenos todo acerca de usted, su familia y de este anuncio. Pero primero, doctor, tome nota del periódico y la fecha.

—Es el Morning Chronicle del 27 de abril de 1890. 

—Muy bien. Vamos, señor Wilson.

—Bueno, como ya le he dicho, señor Holmes —dijo Jabez Wilson—, tengo una pequeña casa de préstamos en la plaza de Coburg. No es un negocio importante. No me da mucho dinero. Tengo un empleado. Está dispuesto a trabajar por la mitad del sueldo.

—¿Cómo se llama ese joven tan bueno? —preguntó Sherlock Holmes.

—Se llama Vincent Spaulding. No es tan joven. No puedo calcular su edad. Es un ayudante muy eficaz, señor Holmes, podría ganar más. Pero está satisfecho. Entonces, no le ofrezco más.

—¿Por qué iba a hacerlo? Ha tenido usted mucha suerte al encontrar un empleado más barato que los precios del mercado. No todos los patrones pueden decir lo mismo en estos tiempos. No sé qué es más extraordinario, si su ayudante o su anuncio.

—Bueno, también tiene sus defectos —dijo el señor Wilson—. Es muy aficionado a la fotografía. Saca fotos y luego pasa tiempo en el sótano para revelarlas. Pero es un buen trabajador. Y no tiene vicios.

—Todavía sigue con usted, supongo.

—Sí, señor. Él y una niña de catorce años que cocina un poco y hace la limpieza. Soy viudo, no tengo hijos. Los tres llevábamos una vida muy tranquila. Hasta que apareció este anuncio. Hace ocho semanas, Spaulding bajó a la oficina con este mismo periódico en la mano y me dijo: “¡Ay, señor Wilson, ¿por qué no soy pelirrojo?” “¿Y eso por qué?”, le pregunté. Y él me contestó: “Mire, hay una vacante en la Liga de los pelirrojos. Eso significa una pequeña fortuna para el empleado. ¡Por qué no nací de cabello rojo!” “Pero ¿de qué se trata?, le pregunté.