Parte 4

EL NUEVO

Marie Laurane empezó a pensar en el suicidio por primera vez en su vida. Un día, en el parque, se fijó en otro paciente. Iba vestido como todo el mundo. Pelo castaño, alto, con una cara atractiva.

“Es uno nuevo —pensó—. ¿Pero por qué me resulta familiar su cara?”

El enfermo se acercó y le dijo rápidamente:

—La conozco, usted es mademoiselle Laurane. Vi su retrato en casa de su madre.

—¿De qué me conoce? ¿Quién es usted? —preguntó Laurane sorprendida.

—Soy Arthur Dowell, el hijo del profesor Dowell. No estoy loco, solo me hice pasar por loco para…

Un enfermero pasó por allí. Cuando se fue, Arthur continuó:

—Estoy aquí para salvarla .

Por la noche, Arthur Dowell vino a ver a Laurane.

—Rápido —dijo él—, vámonos.

Le cogió la mano y se dirigieron hacia la salida.

—Hay guardias en el parque, hay que tener cuidado —dijo Arthur.

—Pero los perros…

—Llevo días aquí y les he dado comida todo el tiempo. Me conocen. 

Se acercaron a la pared.

—Lo más importante está hecho.

Ayudó a Laurane a subir al muro.

En ese momento, uno de los guardias se percató de su presencia y activó la alarma. Las luces se encendieron. Los guardias corrieron hacia ellos.

—¡Salte! —le ordenó Dowel.

—¿Y usted? —exclamó Laurane con miedo.

—¡Salte de una vez! —gritó, y Laurane saltó.

Arthur saltó y subió también al muro.

Bajaron de un salto, se metieron en el coche que les esperaba y se marcharon de inmediato.

DE NUEVO SIN CUERPO

El profesor Kern se alegró mucho de ver a Briqué. John tuvo que llevar a Briqué en brazos, ella gimió de dolor.

—Doctor, perdóneme —dijo ella—. No le hice caso…

—Y se castigó a sí misma —respondió Kern.

Kern comenzó a quitarle con cuidado el abrigo a Briqué. Su rostro era muy joven.

El profesor Kern sabía desde hace tiempo de quién era el cuerpo que había obtenido de la morgue. Seguía atentamente la prensa y sonreía.

—Déjeme ver su pie.

—Bailé mucho —comenzó Briqué—, y no presté atención a esta pequeña herida.

—¿Y siguió bailando?

—No, bailar dolía. Pero seguí jugando al tenis durante unos días.

La pierna estaba ennegrecida e hinchada hasta la rodilla.

—Dígame, ¿qué le pasó cuando huyó de mí?

—Fui a ver a mis amigos. Se sorprendieron mucho al verme viva.

—¿No ha dicho nada sobre mí o  las cabezas?

—Por supuesto que no —respondió Briqué—. ¿Pero qué pasa con mi pierna, profesor?

—Esto es lo que pasa, querida, tendré que amputarle la pierna.

—¿Qué significa eso?

—Cortarla.

—¿Cuándo?

—Ahora. No puede esperar, una hora más y morirá.

—No, no, no —dice Briqué con horror. —¡No quiero!

—¿Quiere morir? —preguntó  tranquilamente Kern.

—No.

—Entonces, escoja uno de los dos opciones.

—¿Qué pasa con Lare? Después de todo, él me ama… —dijo Briqué—. Quiero vivir y estar sana. 

A las dos en punto de la mañana, Briqué fue llevada a la mesa de operaciones. Miró a Kern.

—Tenga piedad —dijo finalmente—. Sálveme…

Volvió en sí en la cama. Se sintió mareada. Al recordar la operación, se miró la pierna. La pierna había sido cortada por encima de la rodilla.

Todo el día después de la operación, Briqué se sintió bien, pero por la noche la  fiebre le subió a 40,6°. 

Se ha comenzado a infectar la sangre. Kern ordenó que Briqué fuera trasladada de nuevo a la mesa del quirófano.

TOMÁS MUERE POR SEGUNDA VEZ

La cabeza de Tomás se sentía cada día peor. Estaba acostumbrado a que su cuerpo trabajara duro, a cargar cosas, a comer mucho y a dormir bien. Para librarse de las pesadillas, Tomás se puso a cantar.

Un día, mientras cantaba, uno de los tubos se soltó y su sangre se derramó sobre  el suelo.

Tomás comenzó a gritar como nunca antes lo había hecho en su vida.

Pero ya no era un grito. Estaba jadeando …

Cuando John entró en la habitación, la cabeza de Tomás apenas movía los labios. John colocó la cabeza en su sitio como pudo y puso los tubos. Pensó que todo estaba bien y no se lo dijo a Kern.

Kern llegó primero a la habitación de Briqué. Después de unos minutos, abrió los ojos y miró hacia abajo.

—Sin cuerpo otra vez… —dijo Briqué, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No llore, mademoiselle Briqué. Le haré un cuerpo nuevo, mejor que el anterior.

Entonces Kern fue a la habitación de Tomás.

—Bueno, ¿cómo le va a nuestro granjero?

Kern miró de cerca la cabeza de Tomás. Tenía muy mala pinta. Kern examinó los tubos y se dio cuenta de lo que había ocurrido.

Intentó reanimar la cabeza, pero nada funcionó. Estaba muy enfadado.

En el despacho de Kern sonó el teléfono. Llamó Ravinó para informar que Arthur Dowell había secuestrado a mademoiselle Laurane y se habían escapado.

Kern estaba furioso.

—¡Arthur Dowell! ¿El hijo del profesor? ¿Está aquí? Y él, por supuesto, lo sabe todo.

“Debemos informar a la prensa del mayor descubrimiento del profesor Kern… Se puede organizar una demostración en tres días.”

LOS CONSPIRADORES

Lare, Arthur y Marie se quedaron en casa del profesor Dowell. Marie quería ver a su madre lo antes posible, Lare la llevó. Al ver a su hija sana y salva, la anciana se sintió muy feliz.

Todos en la casa vieron que Arthur estaba enamorado de Marie. A ella también le gustaba.

Cuando todos se reunieron para cenar, Arthur Dowell dijo:

—Probablemente Kern ya lo sabe todo. Así que no me esconderé más. 

En ese momento, Marie, emocionada, entró en la habitación.

—Tome, léalo —dijo y le dio a Dowell el periódico.

En la primera página estaba impreso en letra grande:

El sensacional descubrimiento del profesor Kern

Exhibición  de una cabeza humana revivida.

El artículo estaba firmado por Kern.

—¡Esto es indignante! —exclamó Marie Laurane. No habla del papel de su padre en este “sensacional descubrimiento”. ¡No, no puedo dejarlo así!

—¿Qué quiere hacer? —preguntó Dowell en voz baja.

—¡Arruinar su triunfo! —respondió Laurane—. Vamos a una reunión de la comunidad científica.

—Estoy en contra de eso, mademoiselle Laurane —dijo Arthur Dowel.

—Lo siento mucho —respondió—. Pero no me detendría ni aunque todo el mundo estuviera en mi contra.

Arthur Dowel sonrió. Ahora Marie le gustaba aún más.

—¡Le defenderemos! —exclamó Lare, levantando la mano como si sostuviera una espada.

—Sí, le defenderemos —dijo Schaub a su amigo.

 Marie Laurane miró a Arthur.

—En ese caso, iré con usted. Y no me rendiría ni aunque el mundo entero estuviera en mi contra.

TRIUNFO ARRUINADO 

 El día de la demostración científica, Kern examinó la cabeza de Briqué.

—El asunto es el siguiente —le dijo—. Esta noche, a las ocho, la llevarán  a una reunión. Allí usted hablará. Le  harán algunas preguntas. Responda brevemente.

Un gran salón blanco. Habían asistido muchos científicos. Las damas iban vestidas con magníficos trajes.

Había dos micrófonos: uno en el centro de la sala, el otro frente a la cabeza de Briqué. Una enfermera y John estaban junto a su mesa.

Marie Laurane, Arthur Dowell, Lare y Schaub se sentaron en primera fila. Solo Schaub llevaba su atuendo habitual. Laurane entró con un vestido de noche. Llevaba puesto un sombrero para que Kern no la reconociera. Todos se sentaron en silencio. Lare casi se desmaya cuando vio la cabeza de Briqué.

El profesor Kern subió al escenario.

Fue aplaudido.

Comenzó a hablar de “sus” descubrimientos.

 A la señal del profesor Kern, la enfermera abrió el grifo de la cabeza de Briqué.

—¿Cómo se siente? —le preguntó un anciano científico.

—Bien, gracias.

La actuación de la cabeza causó una fuerte impresión. La excitación de Laurane iba en aumento. 

Uno de los más grandes científicos entró en escena. Habló del ingenioso descubrimiento del profesor Kern, la victoria sobre la muerte.

En ese momento, Laurane subió al escenario y le quitó el micrófono al científico.

—¡No le crean! —gritaba Laurane—. ¡Es un ladrón y un asesino! ¡Robó los ensayos del profesor Dowell! ¡Mató a Dowell! Sigue trabajando con su cabeza. El propio Dowell me contó que Kern lo envenenó.

El público entró en pánico. Incluso a los periodistas se les cayeron los lápices.

El profesor Kern se quedó quieto. Luego se dirigió a los guardias que estaban en la puerta y les dijo:

—¡Sáquenla! ¡Está loca!

Los guardias se precipitaron hacia Laurane. Pero Lare, Schaub y Dowell corrieron hacia ella y la sacaron al pasillo. Se marcharon.

El profesor Kern volvió al escenario y se disculpó ante la reunión “por el desafortunado incidente”.

—Laurane es una joven nerviosa e histérica.

El ambiente de la reunión se había enrarecido. Muchos de los asistentes se marcharon antes de que terminara la reunión.

EL ÚLTIMO ENCUENTRO

Al día siguiente, Arthur Dowell fue a la policía y denunció el crimen de Kern.

A las once de la mañana, él y la policía llegaron a casa de Kern.

John abrió la pesada puerta.

—El profesor Kern no recibe visitas.

El policía obligó a John a dejar entrar a los visitantes en el apartamento.

El profesor Kern les recibió en su despacho.

—Adelante —dijo.

Entraron el investigador, Laurane, Arthur Dowell, Lare y dos policías.

Solo la cabeza de Briqué estaba en el laboratorio. Ella sonrió. Lare se apartó horrorizado.

Entraron en otra habitación.

Allí estaba la cabeza calva de un hombre mayor con una gran nariz. Llevaba gafas oscuras.

—Le duelen los ojos —dijo Kern.

—Eso es todo —añadió con una sonrisa.

No se encontraron otras cabezas.

—Espere —dijo Laurane.

Abrió el grifo del aire y le preguntó a la cabeza:

—¿Quién es usted?

Se oyó un susurro:

—¿Quién es? ¿Es usted, Kern? Destape mis oídos. No puedo escucharle.

Laurane le sacó densos trozos de algodón de los  oídos.

—¿Quién es usted? —repitió la pregunta.

—Yo fui el profesor Dowell.

—¿Pero su cara? —Laurane no podía respirar de la emoción.

—¿Mi cara? —la cabeza habló con dificultad—. Sí, Kern no quería que me reconocieran, así que hizo una pequeña operación. Por desgracia, solo me queda el cerebro, pero tampoco quiere funcionar. Me muero, nuestros experimentos son imperfectos.

—¿Para  qué son las gafas? —preguntó el investigador.

—Kern no se fía de mí últimamente. —La cabeza trató de sonreír—. No quiere que escuche o vea. Quíteme las gafas.

Laurane le quitó las gafas.

—Mademoiselle Laurane… ¿Es usted? ¡Hola, mi amiga! Kern dijo que usted se había marchado. Me encuentro mal, no puedo seguir trabajando. Kern dijo que si no muero hoy, me liberará mañana.

De repente, al ver a Arthur, dijo con alegría:

—¡Arthur! ¡Hijo!

—¡Mi querido padre! —Arthur se acercó a su cabeza—. ¿Qué es lo  que te han hecho?

—Profesor Dowell —dijo el investigador—, ¿puede darnos los detalles de su muerte?

La cabeza miró lentamente a Laurane y susurró:

—Ya se lo dije a ella, lo sabe todo.

Los ojos de la cabeza se cerraron.

—¡El fin! —dijo Laurane.

Todos permanecieron en silencio durante un rato.

—¡Por favor, sígame al despacho! Debo interrogarle —le dijo el investigador a Kern.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, Arthur se sentó en una silla cerca de la cabeza de su padre y se cubrió la cara con las  manos:

—¡Mi pobre, pobre padre!

Laurane le puso la mano en el hombro.

Un disparo sonó en el despacho de Kern.