Parte 1

EL PRIMER ENCUENTRO

 —Siéntese, por favor.

Marie Laurane se sentó en el sillón. Echó un vistazo al despacho. ¡Qué habitación tan fea! Pero para estudiar está bien: nada te distrae. Hay una lámpara sobre el escritorio lleno de libros. La habitación tiene papel pintado oscuro y cortinas oscuras. Hay libros en el armario.

Laurane miró a Kern: sus grandes gafas parecían relojes. Sus ojos eran grises. Su cara parecía una máscara.

—Necesito una asistente. ¿Es usted médico?

—Sí.

—Genial. ¿Sabe usted callar? Todas las mujeres hablan mucho. Usted es mujer, eso es malo. Usted es guapa, eso es aún peor. Tendrá marido, amigo, novio. Entonces todos los secretos saldrán a la luz.

—Pero…

—¡Nada de “peros”! Tendrá que ser tan muda como un pez. ¿Está de acuerdo? Tengo que advertirle: de lo contrario, tendrá graves problemas.

Laurane estaba interesada…

—Estoy de acuerdo, sí eso no es…

—¿Un delito? Tranquila. ¿Sus nervios están bien?

—Estoy sana.

Kern pulsó un timbre. La puerta se abrió. Entró el asistente de Kern. Tenía cabello negro.

—¡John! Muéstrele a la mademoiselle Laurane el laboratorio.

John abrió la segunda puerta.

Laurane entró en una habitación oscura. Se encendió la luz. Aquí había unos aparatos. Tubos, matraces y cilindros de vidrio. En el centro de la habitación había una mesa grande. Junto a la mesa había un cajón de vidrio con un corazón humano dentro. Del corazón salían tubos.

Laurane miró a la derecha y se asustó. Una cabeza humana la miraba — solo la cabeza, sin cuerpo. Vive sin cuerpo, por su cuenta.

Esta cabeza se parecía a la cabeza de un reconocido científico que había muerto hacía poco, el profesor Dowell. Laurane había asistido a sus conferencias. Cabello rubio, ojos azules. Pero había perdido peso y su piel se había vuelto de un color amarillo oscuro.

Laurane miró fijamente los ojos azules. Casi se desmayó. John la ayudó a salir del laboratorio.

—Esto es horrible, horrible —repetía Laurane—. ¿Dígame, esa cabeza es?…

—¿Del profesor Dowell? Sí. Es la cabeza de Dowell, mi colega. Devuelta a la vida. Pobre, tenía una enfermedad incurable. Logré reanimar su corazón y su “alma”. ¿Qué tiene eso de horrible? ¿Acaso no es el sueño de la humanidad?

— Yo preferiría morir.

— Sí, Dowell no quería que la gente lo viera así. Por eso esta experiencia es un secreto. Digo “nosotros” porque eso es lo que quería Dowell.

—¿Puede hablar la cabeza? —preguntó Laurane. El profesor Kern se calló.

—No… La cabeza no habla. Pero oye, entiende y puede responder con expresiones faciales… 

El profesor Kern preguntó:

—¿Entonces, acepta el trabajo?

—Sí.

—Genial. La espero mañana a las 9 de mañana. Pero recuerde: silencio, silencio y una vez más, silencio.

EL MISTERIO DEL GRIFO PROHIBIDO

Marie había tenido una vida dura. Tenía diecisiete años cuando murió su padre. Cuidaba a su madre. Durante varios años trabajó de noche.

Llevaba ya dos semanas trabajando con Kern. Sus tareas no eran complicadas.

El profesor Kern le dijo lo que  tenía que hacer con los grifos de los cilindros. Solo le prohibió abrir uno de los grifos.

—Si se gira este grifo, la cabeza morirá. Se lo explicaré más tarde. Ahora tiene que aprender qué hacer con los aparatos.

Poco a poco Marie se acostumbró a la cabeza, incluso se hicieron amigos. Desarrollaron un lenguaje propio. Los ojos cerrados significan “sí”, levantados “no”. Los labios también ayudaban un poco.

—¿Cómo se encuentra hoy? —preguntaba Laurane. La cabeza sonreía y cerraba los ojos: “Bien, se lo  agradezco”.

—¿Qué tal la noche?

La misma mímica.

Laurane le revisó la temperatura, el pulso. Tomó notas. Luego lavó la cara de la cabeza con una mezcla de alcohol y agua, con cuidado. Lavó los ojos, la nariz, la boca. Peinó el cabello. La cabeza estaba contenta.

—El día de hoy es maravilloso —decía Laurane—. El cielo es azul. El aire es limpio y fresco.

Los ojos de la cabeza estaban tristes.

—Bien, ¡manos a la obra! —dijo Laurane.

Por las mañanas, antes de la llegada del profesor Kern, la cabeza suele leer. Laurane trae las más recientes revistas y libros de medicina y se los enseña a la cabeza. La cabeza mira. Mueve sus cejas en momentos importantes. Laurane toma notas.

Laurane no entendía para qué tomaban notas. No le interesaba y no preguntaba. Pero un día, en el despacho del profesor Kern, vio las revistas con las notas.

—Dígame, ¿para qué hacemos anotaciones en algunas partes de las revistas? —preguntó Marie.

La cabeza miró a Laurane, luego al grifo y subió sus cejas dos veces. Laurane entendió que la cabeza quería que ella abriese ese grifo. Pero Laurane no quería ser la culpable de la muerte de la cabeza.

—No, no —respondió Laurane, asustada—. Si abro ese grifo, usted morirá. No quiero, no puedo.

La cabeza subió sus ojos tres veces…

“No, no, no. ¡No voy a morir!” —así lo entendió Laurane. Estaba pensando.

La cabeza empezó a mover sus labios, y Laurane vio que los labios decían: “Ábralo. Ábralo. ¡Por favor!…”

Laurane tomó la decisión. Abrió el grifo y escuchó una voz débil.

—Se lo … ag-ra-dez-co…

El aire entraba por el grifo. La cabeza pudo hablar.

La cara de la cabeza se alegró.

LA CABEZA COMENZÓ A HABLAR

Pasó una semana. Laurane y la cabeza se hicieron amigos aún más cercanos. Cuando el profesor Kern se marchaba a la universidad o al hospital, Laurane abría el grifo para que la cabeza pudiese hablar.

A la cabeza del profesor Dowell le gustaban aquellas conversaciones. La cabeza hablaba mucho y con ganas.

La noche anterior Laurane tuvo un sueño. Vio la cabeza del profesor Dowell. Se despertó y pensó: “¿La cabeza tiene sueños?”

 —Sueños… —dijo la cabeza en voz baja—. Sí, tengo sueños. Y no sé qué siento más: tristeza o alegría. Me veo en mis sueños sano y fuerte, pero me despierto triste.

—¿Qué ve en sus sueños?

—Me veo en mi pasado… Veo a mi familia, a mis amigos. Hace poco vi a mi mujer. La amaba.

La cara de la cabeza se alegró por los recuerdos, pero entristeció casi inmediatamente.

—¡Eso fue hace tanto tiempo! Anoche soñé con mi hijo. Tenía muchas ganas de verlo una vez más. Pero no quiero que me vea. Para él estoy muerto.

—¿Es mayor? ¿Dónde está ahora?

 —Sí, es mayor. Es casi de su misma edad. Se graduó en  la universidad. Actualmente debe estar en Inglaterra. Sería mejor no soñar. A veces me parece que siento mi cuerpo. A veces siento dolor en el pie izquierdo. ¿No le parece gracioso?

—¡Horrible! —dijo Laurane.

—Sí, horrible. Sentir algo en la cara es la única posibilidad que tengo para sentirme en el mundo real. Todo lo que puedo hacer es tocar mis labios con mi lengua.

Laurane llegó a casa emocionada. Su mamá le preparó té y unos bocadillos, pero Marie no comió, sino que se fue a su habitación.

Marie había cambiado  mucho. Madre e hija siempre fueron amigas. No había secretos entre ellas. Pero ahora había un misterio. Marie responde a las preguntas de su madre sobre su trabajo de forma muy breve e incomprensible.

—El profesor Kern tiene en su casa un hospital para pacientes especialmente interesantes. Les cuido.

—¿Cómo son esos pacientes?

—Diferentes. Hay casos muy graves…

A la anciana no le gustaron las respuestas. “¿Quizá esté enamorada de Kern?”, pensó la anciana. No logró conciliar el sueño durante mucho tiempo.

Marie tampoco durmió. Estaba sentada con los ojos abiertos en la cama. Estaba recordando cada palabra de la cabeza y se imaginaba estar en su lugar: se tocaba los labios y los dientes con la lengua, pensó:

“Eso es todo lo que puede hacer la cabeza. Puede mover las cejas y los ojos. Cerrarlos y abrirlos. La boca y los ojos. Nada más.”

 Luego Marie empezó a tocar sus hombros, sus rodillas, sus manos y susurraba:

—¡Dios mío! ¡Qué feliz soy! ¡Cuánto tengo! ¡Qué afortunada soy! ¡Y no lo sabía!

Los ojos de Marie se cerraron y se durmió. En el sueño vio la cabeza de Dowell. La cabeza estaba volando en el aire. Marie corría hacia adelante. Kern quería atrapar la cabeza. Marie sintió que no podía respirar. Abrió las puertas. ¡Oh, qué horror!

 —¡Marie! ¿Qué está pasando? Despierta. ¡Marie!

Ya no era un sueño. Su madre le acariciaba el cabello.

—Nada, mamá. He tenido una pesadilla, nada más.

—Tienes demasiadas pesadillas.

La anciana se marchó y Marie permaneció con los ojos abiertos durante mucho tiempo.

MUERTE NATURAL O ASESINATO

En una ocasión, Laurane leyó en una revista un artículo del profesor Kern que trataba de nuevas investigaciones. En este artículo, Kern hablaba de los trabajos de otros científicos. Fueron las mismas palabras que la cabeza pidió marcar durante la lectura de la mañana. Al día siguiente Laurane preguntó:

—¿Qué está haciendo el profesor Kern en el laboratorio mientras no estoy?

La cabeza contestó:

—Seguimos haciendo trabajos científicos.

—Entonces, ¿todos estos apuntes los hace para él? ¿Pero sabe usted que está publicando a su nombre?

—Lo sospechaba.

—¡Pero eso es horrible! ¿Cómo puede permitirlo?

—¿Y qué puedo hacer?

—Si usted no puede, ¡quizá yo pueda hacer algo! —dijo Laurane.

—Más bajo… No es necesario… Es ridículo pedir derechos de autor. Si todo sale a la luz, el trabajo no podrá ser terminado. Yo quiero ver los resultados.

—El profesor me dijo que usted murió a causa de una enfermedad y legó su cuerpo para el trabajo científico. ¿Es verdad?

—Es verdad, pero puede ser que no sea toda la verdad. Kern era mi asistente. El propósito de mi trabajo era reanimar la cabeza humana sin cuerpo. Ya habíamos reanimado cabezas de animales. Antes del último experimento, le había dado a Kern las notas de todo mi trabajo. En ese mismo momento tuve un ataque de asma. Kern me ayudó.

—¿Y luego?

—La muerte. Luego empecé a despertar lentamente. Intenté respirar pero no pude. Abrí mis ojos con dificultad. Luego vi la cara de Kern y oí su voz: 

“¿Está despierto ? Me alegra verle vivo de nuevo”. 

Miré abajo y vi enfrente de mí una mesa, había otra mesa al lado, allí permanecía el cuerpo de alguien. Miré a Kern. 

“¿Qué pasa?”, quise preguntar. Él me miraba y sonreía.

 “¿No lo reconoce? —me preguntó—. Es su cuerpo. Ya se ha librado de asma.” Entonces lo entendí todo. Quise gritar, matarme a mí mismo y a Kern. Pero me mantuve callado.

 —¿Y después de eso sigue trabajando con él? ¿Es un ladrón y un asesino, y usted le está ayudando a hacerse famoso?

La cabeza sonrió tristemente.

—¿Pero qué podía haber hecho?

—¡Podía haberse negado  a trabajar con él!

—Lo importante es mantener la idea viva.

LAS VÍCTIMAS DE LA GRAN CIUDAD

Cuándo Laurane se enteró del secreto de la cabeza, comenzó a odiar a Kern. Veía a Kern en sus pesadillas.

—¡Kern es un criminal! Voy a exponer todos sus crímenes.

—¡Más bajo! Ya le he dicho que no quiero venganza. Pero si así lo quiere, no la voy a desanimar. Tómese su tiempo. Le pido esperar, Kern y yo nos necesitamos.

Se escucharon pasos en el despacho. Laurane cerró el grifo rápidamente y se sentó con un libro en la mano. La cabeza de Dowell cerró los ojos.

Entró el profesor Kern.

Miró a Laurane.

—¿Qué pasa? Está alterada.

—No. Todo está bien. Problemas en casa.

—Déjeme ver su pulso. Acelerado. Es un trabajo difícil para la gente nerviosa. Pero estoy satisfecho con usted. Le duplicaré el sueldo. Tenemos que hacer una cosa. Movamos la cabeza del profesor Dowell a la otra habitación. Van a traer aquí dos nuevos cadáveres mañana, de los que haremos cabezas parlantes y las mostraremos a la comunidad científica.

Laurane preguntó:

—¿De quiénes serán los cadáveres?

—No lo sé y nadie lo sabe. Porque aún no son cadáveres, sino personas vivas y sanas. Necesito cabezas de gente completamente sana. Pero mañana van a morir. Una hora después de morir estarán aquí.

 Laurane miró a Kern asustada, él rio en voz alta. 

—No hay nada más fácil. Pedí un par de cadáveres recientes en la morgue. Cada día varias personas mueren en las calles de la ciudad. Y esas personas, sanas y fuertes, hoy duermen sin saber lo que les espera mañana. La ciudad es un lugar despiadado.

 —¿Por qué quiere duplicarme el sueldo? —pensó Laurane—. Me quiere comprar. Creo que nota que me di cuenta de algo. Pero no podrá comprarme.

LOS NUEVOS HUÉSPEDES DEL LABORATORIO

Por la mañana, en la mesa del laboratorio yacían dos cadáveres.

Las dos nuevas cabezas no debían enterarse de la existencia de  la cabeza del profesor Dowell. Por eso el profesor Kern la trasladó a otra habitación. El cadáver masculino era de un hombre de unos treinta años que había muerto en la calle.

El profesor Kern, Laurane y John, vestidos con  batas blancas, estaban operando.

—Había otros cuerpos  —dijo el profesor Kern—. No me gustaron. Este joven resultó ser el adecuado. Esa belleza de la noche también.

Señaló el cuerpo de una mujer con una cara hermosa. Llevaba maquillaje.

—La cantante del bar. Muerta por una bala. Justo en el corazón, ¿ve?

Unos minutos después, las cabezas estaban en las mesitas altas.

Kern miró las cabezas que estaban frente a él.

 —¡Ja, ja! Queda solo abrir el grifo y… ¿Y bien, mademoiselle? Abra los tres grifos. Lo que está en los cilindros no es veneno, sino aire.

Laurane ya lo sabía. Pero no lo demostró.

Kern se acercó a Laurane y dijo:

—Pero le pido no abrir el grifo del profesor Dowell, si no quiere meterse en problemas.

Laurane abrió los grifos.

La primera que empezó a revivir fue la cabeza del obrero. De repente los ojos de esa cabeza giraron hacia la ventana.

—¡Está viva! —gritaba Kern con alegría.

—¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? —preguntó la cabeza.

—En el hospital, amigo mío —dijo Kern.

—¿En el hospital? —La cabeza bajó los ojos y vio el vacío abajo—. ¿Y dónde están mis pies y mis manos? ¿Dónde está mi cuerpo?

 —No está. Solo la cabeza quedó intacta, tuvimos que amputarle el tronco.

—¿Cómo que amputar? No, no estoy de acuerdo. No puedo trabajar sin cuerpo. Necesito mis manos y pies. ¿Qué hago ahora? —decía él.

—¿Cómo se llama? —preguntó el profesor Kern.

—¿Yo? Me llamaba Tomás. Tomás Bush.

—Tomás, no va a sufrir hambre, ni tampoco frío o calor. No se preocupe.

—¿Entonces, va a alimentarme gratis o me va a mostrar en ferias por dinero?

—Lo voy a mostrar, pero a los científicos. Ahora descanse.

—La bailarina está tardando en despertar —dijo Kern.

Kern se acercó a la cabeza femenina y observó los tubitos de vidrio atentamente.

—Esta es la razón. Este tubo no sirve. Deme otro.

Unos minutos después, la cabeza revivió.

La cabeza de Briqué — así se llamaba la mujer — volvió en sí y comenzó a gritar:

—¡Ahh, ahh, ahh! Mi cuerpo. ¡Mi pobre cuerpo! ¿Qué me han hecho? Que me salven o que me maten. ¡No puedo vivir sin mi cuerpo! ¡Qué horror!

Se calmó un poco y dijo:

—Me ha revivido. Sé que la cabeza no puede vivir sin cuerpo. ¿Qué es, un milagro o magia?

—Es ciencia.

Pidió a Laurane:

—Por favor, deme un espejo. ¡Horrible! ¿Puedo pedirle que me arregle el cabello?

—Tiene más trabajo, Laurane —se rio Kern—. Así que le voy a subir el sueldo.

Cuando Kern salió del laboratorio, Laurane se acercó a la cabeza del profesor Dowell. Los ojos de Dowell le miraban con tristeza.

—Pobre. ¡Pronto le vengaré!

Laurane abrió el grifo del aire.

—Mejor cuénteme cómo le fue con el experimento —dijo la cabeza.